domingo, 26 de noviembre de 2006

Disolviendo las cárceles con barrotes de colores

"A pesar de todo lo que aprendo cada día intento vivir como quien no sabe nada, para poder descubrir algo nuevo en el ambiente que, por ser fresco, deje en mí la huella de una ofrenda. Algo que se me entrega para que pueda recibirlo con asombro, siendo un don que tomo de la vida con agrado y renovando mi sorpresa; dándome fuerzas para rescatar de la cárcel represora del ego los restos de inocencia que me quedan: esa simplicidad que la paz otorga para tomar conciencia de que lo más importante de la existencia brilla en ese instante.

Son momentos en los que parece detenerse todo y los segundos se congelan invadiéndome la eternidad; esa presencia de permanencia infinita que trasciende cuanto existe. El no–tiempo en que me hallo siempre que me quedo absorto contemplando todo lo que ante mí se presenta sin importarme atributo de ninguna clase: al leer, en una conversación agradable, jugando como un niño o abstraído en todo aquello que me place. Son momentos en los que me vivo totalmente libre, despojado de la carga que suponen mis deberes y los enredos de mi mente. Entonces, me doy cuenta de que la eternidad es un sólo instante en el que la vida hace todo su movimiento; sin pasado, sin futuro, sólo en presente, y del que puedo decir que es lo único verdaderamente mío.

Si lo ignorase convertiría mi existencia en un pozo de desperdicios ahogándome sin remedio; soñaría que vivo y no tendría conciencia de ello, pues, la mente adultera la realidad cuando la interpreta a través de los sentidos, quedando sumida en la ilusión y navegando sin rumbo fijo. Sólo consigo vivir el presente si estoy muy atento, con el talante de un niño absorbido en sí mismo y consciente del entorno que me envuelve; apreciando todos los detalles y siendo espectador despierto del universo que no juzga ningún hecho. Contemplando el fluir de una vida, que me llena de incertidumbres, para encontrar su sentido y así poder vivirla con agrado. De este modo, me abro a cuanto la existencia dispone, con confianza y entrega, y sin dejar de resolver, en lo posible, todo lo que entiendo apropiado para mi realización plena.

Cuando interpreto la realidad no la vivo gozosa y quedo confundido porque quiero vivir sólo lo que me cautiva; huyendo del dolor y la desdicha, que a veces me atrapa sin remedio, si entiendo como una amenaza todo aquello que me priva del objeto de mi deseo. Sólo abriéndome por entero y desde mi centro puedo colmarme de cuanto la vida ofrece: amor, belleza, sorpresa, fuerza y comprensión, que surgen de mí y que a mí retornan. Todo un mundo de experiencias que me hacen eco, y que pueden pasar desapercibidas si no profundizo en la verdad de cada ente y suceso traspasando sus átomos y movimiento para poder desvelar su secreto, que a la vez es el mío. Porque en esencia todo es idéntico, y ahí donde somos Uno no hay diferencias.

Ser en la eternidad es la Paz suprema, aquí y ahora, sin tormentos del ayer ni inquietud por el mañana, sabiendo lo que soy como esencia: Conciencia pura, que irradia de conocimiento la mente de un ignorante para que roce en lo posible la Sabiduría, y le conceda el poder de discernir el secreto del hechizo que crea la vida. Una, que se nos ofrece para ser disfrutada conscientemente, desde la Identidad que nos dispensa el Espíritu: Señor de todas las cosas y Hacedor de cuanto existe.

Así entiendo que la vida tiene su razón de ser, y es cuando comprendo su milagro; el mayor regalo concedido sin pedir nada a cambio, y que malgastaría si, como un ignorante, no reconociera la Realidad que me envuelve y anima. Por eso, quiero permanecer lo más ingenuo posible, para no dejar de sorprenderme nunca, para que pueda sentirme vivo constantemente y para que cuando llegue el momento en el que el cuerpo perezca, no tenga oportunidad de lamentarme."

(Anónimo)

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